domingo, 9 de noviembre de 2008

Otra vez ganó la violencia




El desborde que propició los incidentes encontró facilidades por la ineptitud policial, pero las responsabilidades son compartidas. Basta de hipocresía. Ya es moneda corriente en la historia de los clásicos que cuando Peñarol no gana, el partido no termina o hay incidentes. Pero no es cuestión de demonizar a una parcialidad por culpa de unos pocos. Esta vez, los inconscientes de Quilmes, que irrumpieron en el parquet y cargaron a sus rivales vencidos, fueron tan responsables como los que reaccionaron con agresiones.

A esta altura, los dirigentes deberían saber que en este tipo de contiendas no se puede dejar librado al azar el accionar policial. Los encargados de controlar a los violentos deben ser orientados para evitar problemas y es obligación de los organizadores extremar las medidas en ese sentido. Según versiones policiales extraoficiales, la cantidad de efectivos que prestó servicio en Olavarría no fue la acordada inicialmente y también trascendió que aquellos afectados al operativo no tenían indicaciones precisas para proceder. Por ejemplo, nunca existió un cordón policial en ninguna de las dos parcialidades una vez finalizado el partido.

Todo comenzó cuando, de un grupo minoritario de hinchas de Quilmes, se desprendieron unos pocos que entraron a la cancha a festejar. Pero no sólo celebraron el triunfo sino que también desafiaron a la parcialidad del rival con la típica "gastada" del que gana. Ante semejante provocación, los violentos de Peñarol saltaron de la popular a la platea baja (detrás del aro) y de ahí al campo de juego ante la nula reacción de la policía para neutralizarlos.

Cuando los uniformados intentaron reagruparse para controlar el desborde ya era tarde. El parquet se convirtió en un campo de batalla donde tuvo lugar un enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre hinchas de ambos clubes, con dirigentes y varios jugadores que intentaron separar (entre ellos, el escolta de Quilmes, Pablo Gil, quien recibió en medio de la trifulca un golpe en la boca que le aflojó varios dientes). Volaron sillas, palos, fierros, carteles de publicidad y siguieron las trompadas. Fue peor que aquella final de la Copa Argentina en Monte Hermoso en la que hinchas de Peñarol invadieron la cancha por no soportar un resultado adverso.

Era lógico pensar en la previa que para garantizar la seguridad en un Peñarol-Quilmes fuera del Polideportivo era indispensable hacer hincapié en las acciones preventivas que la policía olavarriense debía instrumentar. Es evidente que determinada cantidad de efectivos no asegura poder controlar a los inadaptados. Algo que los dirigentes debieron contemplar como cuestión prioritaria a la hora de sacar el clásico de Mar del Plata.

Es cierto que esta vez la policía no hizo bien su trabajo, pero ese reducido grupo de "barrabravas" ya le causó mucho daño a la Liga Nacional. Es hora de tomar medidas drásticas para salvar la historia del clásico y para que aquellos verdaderos amantes del básquetbol puedan ir a la cancha sin sentir que su vida corre peligro.

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